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Chucho Valdés revela la verdad sobre sus últimos años junto a su padre

Chucho Valdés revela la verdad sobre sus últimos años junto a su padre Chucho Valdés revela la verdad sobre sus últimos años junto a su padre Prepárense, amante...






Chucho Valdés revela la verdad sobre sus últimos años junto a su padre

Chucho Valdés revela la verdad sobre sus últimos años junto a su padre

Prepárense, amantes del jazz y la buena música, porque hoy nos sumergimos en las profundidades de la vida de una leyenda viva: Chucho Valdés. Este titán del teclado, que con 84 años sigue subiéndose a los escenarios y explorando nuevos ritmos, nos ha regalado un vistazo íntimo a su trayectoria y, lo que es aún más conmovedor, a la relación con su padre, el inigualable Bebo Valdés.

Imaginen esto: 1970, el Festival Jamboree de Varsovia. Un joven Chucho es nombrado, para su asombro y terror, uno de los cinco mejores pianistas de jazz del mundo. ¿Quiénes eran los otros? Nada menos que Bill Evans, Oscar Peterson, Herbie Hancock y Chick Corea. Una compañía de gigantes que, como él mismo reconoce, le abrumaba. Este reconocimiento no fue casualidad; fue el fruto de un talento extraordinario que venía cultivando desde la más tierna infancia, casi como un juego entre padre e hijo.

Un Legado Musical Desde la Cuna

La música corre por las venas de Chucho Valdés desde siempre. Con solo tres años, ya se sentaba en las rodillas de su padre, el maestro Bebo Valdés, aprendiendo los secretos del piano. Era una rutina mágica: la mano izquierda de Chucho explorando las notas graves, mientras Bebo creaba los tumbaos con la derecha. Horas de práctica que culminaban en un desafío paterno: «¡Venga, ahora tú solo!». Así, antes de cumplir los cinco, Chucho ya dominaba el piano de oído, interpretando cualquier melodía de la radio con ambas manos. Bebo le enseñó los ritmos cubanos y afrocubanos, y cuando Chucho cumplió los 14, le dio el consejo que marcaría su destino: «Ahora busca a Chucho, busca a Chucho… ¡No copies!». Una máxima que el pianista ha mantenido grabada a fuego, impulsándolo a innovar y crear caminos sonoros propios sin cesar.

La Dolorosa Partida de Bebo y el Desafío de la Vida

La vida de Chucho, sin embargo, no estuvo exenta de desafíos. En 1960, cuando apenas tenía 19 años, su padre Bebo partió de Cuba en lo que parecía una gira a México, con la promesa de regresar. Pero Bebo nunca volvió, huyendo a Suecia debido a los problemas con el nuevo gobierno de Fidel Castro. Chucho se quedó al frente de su familia en un momento crucial, un peso inmenso para un joven que, en aquella época, aún era considerado menor de edad. Fue un periodo de pena y lucha, pero también de orgullo, al ver la confianza que su padre depositaba en él.

La ausencia de Bebo, paradójicamente, actuó como un catalizador en la carrera meteórica de Chucho. Lo obligó a acelerar su aprendizaje, a trabajar incansablemente para dar a conocer su música, a pesar de ser «hijo de alguien que se había ido de Cuba», una situación que no era bien vista. «Tuve que multiplicarme por mil», recuerda, y lo consiguió. Tan solo una década después de la partida de su padre, el mundo entero reconocía su genio en Varsovia.

Encuentros con Gigantes y el Reencuentro Más Esperado

La carrera de Chucho lo llevó a codearse con las más grandes figuras del jazz. No solo los conoció, sino que compartió escenario y creó música con ellos. Con Herbie Hancock, realizó varios conciertos a dúo. La memorable actuación con Chick Corea en el Lincoln Center de Nueva York, una bellísima improvisación sin ensayo previo, es hoy un recuerdo legendario. «Para todos los jóvenes que soñábamos con ser pianistas de jazz, Bill Evans era nuestro gran ídolo», confiesa, reflejando la magnitud de aquellos encuentros.

Grandes como Dave Brubeck fueron fundamentales en su reconocimiento internacional. Fue Brubeck quien, tras escucharlo tocar en Polonia, se encargó de difundir su música entre las leyendas del jazz. Incluso Bill Evans lo felicitó personalmente después del histórico concierto de Irakere en el Carnegie Hall, en lo que fue la primera actuación de un grupo de jazz cubano con músicos residentes en Cuba. Las palabras de estas figuras eran un espaldarazo inmenso: «Lo que estás haciendo es maravilloso, no se parece a nada a lo que he escuchado antes. ¡Chucho, no dejes nunca de hacer esta música!».

Sin embargo, entre todos los momentos gloriosos, el más anhelado fue el reencuentro con su padre en 1978. Fue durante otro concierto de Irakere en el Carnegie Hall. Chucho sabía que Bebo estaba entre el público. «Estaba muy nervioso», relata, recordando la presencia de tantos pianistas americanos a los que admiraba y, sobre todo, la de su padre. Al finalizar la actuación, la emoción lo desbordó. Corrió a abrazar a Bebo, un abrazo que contenía casi veinte años de dolor y añoranza. Aunque el tiempo había pasado factura en ambos, la alegría del reencuentro eclipsó cualquier cambio físico. Bebo, emocionado, le dijo que Irakere era la mejor banda del planeta y sus músicos, tremendos. Esa noche, padre e hijo hablaron hasta el amanecer, desgranando historias de todos los años perdidos, un recuerdo que Chucho atesora como uno de los más bonitos de su vida.

La Música como Fuente de Eterna Juventud

La energía inagotable de Chucho, comparable a la que exhibía su padre, es un testimonio del poder transformador de la música. Bebo, a sus 84 años, se transformaba al sentarse al piano, tocando con una agilidad sorprendente. Chucho experimenta algo similar: «Miro al piano, luego al público y me transformo». La disciplina sigue siendo clave: seis a ocho horas diarias de práctica y composición. «Si no lo hago, siento que me falta algo», afirma, demostrando que la pasión no conoce de edades.

Los Últimos Acordes Juntos en Benalmádena

La historia de Chucho y Bebo culmina con un capítulo de reencuentro y amor puro. Durante los últimos cuatro años de vida de Bebo, quien falleció en 2013 a los 94 años, Chucho se mudó a Benalmádena, Málaga, comprando una casa junto a la de su padre para cuidarle. Aquellos fueron años de comunión musical y familiar. Padre e hijo pasaban horas tocando juntos, sin pretensiones comerciales, solo por el placer de crear y recordar los viejos tiempos en Cuba. Comían sus platos preferidos, hablaban, reían, y tocaban como si el tiempo no existiera, dejando fluir su energía en el piano. Fue como un renacimiento para ambos, una conexión profunda que selló su lazo inquebrantable.

La pregunta final es inevitable: ¿seguirá Chucho tocando siempre, como lo hizo Bebo? «Si Dios me lo permite», responde, con la humildad y la sabiduría de quien sabe que la música es su destino, su legado y su eterna juventud. Chucho Valdés continúa siendo una fuerza imparable, un explorador incansable de sonidos que nos invita a seguir su ritmo en cada nota.

Fuente original de la información: ABC – Israel Viana

Créditos de la imagen: ABC

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