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¿Cómo pasó de combatir a Trump a ser recibido en la Casa Blanca?

¿Cómo pasó de combatir a Trump a ser recibido en la Casa Blanca? ¿Cómo pasó de combatir a Trump a ser recibido en la Casa Blanca? ¡Prepárense para una historia ...






¿Cómo pasó de combatir a Trump a ser recibido en la Casa Blanca?

¿Cómo pasó de combatir a Trump a ser recibido en la Casa Blanca?

¡Prepárense para una historia que desafía toda lógica! Imaginen esto: un joven que en 2003 se sube a un autobús con la intención de combatir a las fuerzas estadounidenses en Irak y, veintidós años después, es recibido con honores en la mismísima Casa Blanca por el entonces presidente Donald Trump. No, no es una película de ciencia ficción, es la increíble trayectoria de Ahmed Al Sharaa, una figura que ha sabido navegar las aguas turbulentas de la política y el conflicto con una maestría asombrosa.

La escena de 2003 nos pinta a un Ahmed Al Sharaa con 29 años, un hombre que, como tantos otros jóvenes árabes, sintió el llamado a empuñar las armas frente a la invasión ordenada por George Bush. Su camino lo llevó a las tristemente célebres prisiones iraquíes de Abu Ghraib y Camp Bucca, donde pasaría seis largos años por sus vínculos con Al Qaida. Un pasado, sin duda, que lo marcaría profundamente y que difícilmente haría prever su futuro encuentro con un mandatario estadounidense.

Pero el destino, o la astucia, tienen caminos inesperados. Donald Trump, tras un primer encuentro cara a cara en Doha en mayo, lo describió como un “tipo joven, atractivo… un tipo duro, con un pasado muy fuerte… luchador”. Una definición que, dadas las circunstancias, resulta al menos curiosa y que nos introduce en la complejidad de este personaje. Más de dos décadas de clandestinidad y de una vida en las sombras culminaron en diciembre, cuando en una operación prácticamente relámpago, apenas 11 días, logró derrocar al régimen de Bashar Al Assad. Un ascenso meteórico que lo catapultó de las profundidades del conflicto a la primera línea del poder.

Cuando se le pregunta sobre estas dos décadas, Al Sharaa prefiere mirar hacia adelante, enfocarse en el futuro de Siria, dejando de lado un pasado nebuloso y lleno de giros. La historia de su nacimiento también es interesante: vio la luz en Arabia Saudí en octubre de 1982, fruto del exilio de su padre, quien tuvo problemas con el régimen sirio de Hafez Al Assad. A los cinco años, la familia regresó a Damasco, instalándose en el barrio de Mezze, un lugar que, con la caída de Assad, se convertiría en su primera parada triunfal en la capital. Al Sharaa es un hombre de familia, con seis hermanos, casado con Latifa Al Droubi y padre de tres hijos.

El Juego de las Identidades y el Surgimiento de un Liderazgo

Una de las facetas más intrigantes de Al Sharaa es su habilidad para usar diferentes identidades a lo largo de los años. El más prominente de sus alias fue Al Fatih Abu Mohammad Al Golani. Este nombre de guerra no es casualidad; refleja, por un lado, los orígenes de su familia en el Golán, territorio ocupado por Israel, y por otro, una ambición palpable, ya que Al Fatih significa nada menos que «el conquistador». Raya Jalabi, en su detallado perfil para *Financial Times*, subraya cómo esta discreción meticulosa no solo le permitió sobrevivir más de veinte años en la militancia islamista, sino que también fue clave para su victoria sobre Assad y podría ser determinante para su permanencia en el poder. Cuando se le interroga sobre su pasado con Al Qaida en Irak, una etapa marcada por una violencia brutal, incluyendo atentados suicidas y ataques sectarios, él insiste en que nunca participó en acciones que dañaran a civiles, una afirmación que, para muchos expertos, es difícil de aceptar.

Ruptura con Al Qaida: Un Camino a la «Reinvención»

La liberación de Al Sharaa de Irak en 2011, cuyas razones aún no están del todo claras, coincidió con el turbulento periodo de las Primaveras Árabes, que sacudían la región. En ese contexto, contactó con Abu Baker Al Bagdadi, proponiéndole expandir Al Qaida hacia Siria, donde Assad ya enfrentaba un levantamiento popular. Fue así como Al Jolani fundó Jabhat Al Nusra, el brazo sirio de Al Qaida, y reclutó a miles de combatientes, muchos de ellos yihadistas extranjeros. Su debut fue explosivo: un doble atentado en Damasco contra un complejo militar que dejó más de cincuenta y cinco muertos y cuatrocientos heridos. Naturalmente, Al Nusra fue catalogada como «organización terrorista», y Estados Unidos no tardó en ofrecer una recompensa de diez millones de dólares por la captura de su líder.

Sin embargo, las fricciones internas no tardaron en aparecer. Al Jolani chocó con Al Bagdadi al negarse a sumarse al proyecto del «Califato» impulsado por el autodenominado Estado Islámico (ISIS). Esta ruptura dio inicio a una lucha interna entre yihadistas que llevó a Al Jolani a consolidar su poder en la provincia de Idlib, al noreste de Siria y en la frontera con Turquía. Allí, logró establecer una especie de pequeño estado independiente del control de Assad. En 2019, oficializó su ruptura con Al Qaida, rebautizó su grupo como Hayat Tahrir al-Sham, y fortaleció sus lazos con Ankara, su principal apoyo en la lucha contra Assad.

Las Dos Caras del Liderazgo de Al Sharaa

La ascensión de Al Sharaa no ha estado exenta de críticas y desconfianza, especialmente entre las minorías sirias. Un exfuncionario del gobierno anterior en Damasco lo describe como un «gran oportunista» que supo aprovechar las debilidades del régimen. «Después de catorce años de guerra civil, lo menos que esperábamos los sirios era que el exlíder de Al Qaida se convirtiera en presidente. Se parece a Bin Laden, pero es más pragmático, ha ido cambiando de nombres, facciones, aliados… Su enemigo era Assad y eso le hizo ganar apoyo dentro del país», comentó. Aunque Al Sharaa promueve la idea de «una Siria para todos», las minorías ven con recelo a un hombre con un pasado yihadista que ahora ostenta el poder, apoyado por facciones que alguna vez fueron extremistas.

Se le acusa de usar una «máscara» de Al Sharaa para el exterior y la de Al Jolani para el interior, un ejemplo de esto fue la matanza de civiles alauíes en la costa en marzo. Las voces críticas lo definen como «un tigre contra las minorías, un conejo contra Israel», que ocupa el sur del país sin que Damasco manifieste una postura clara. Al Jolani guarda silencio sobre esta ocupación, buscando un acuerdo para detener los bombardeos israelíes. Es en este contexto que Al Sharaa entra en escena, buscando sumar apoyos internacionales, especialmente de Estados Unidos, para la reconstrucción de Siria, un país devastado por la guerra civil. Trump, por su parte, busca un aliado que pronto se sume a los Acuerdos de Abraham. Curiosamente, en toda esta ecuación, la palabra «democracia» brilla por su ausencia en las intervenciones de Al Sharaa, un detalle que, al parecer, a Trump no le importa. Una historia de transformaciones, alianzas inauditas y, sobre todo, una muestra de cómo en la arena internacional, los enemigos de ayer pueden ser los aliados más convenientes de mañana.

Fuente original de la información: ABC – Mikel Ayestaran

Créditos de la imagen: la casa blanca

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