El emotivo reencuentro de Chucho Valdés con la música de su padre
El emotivo reencuentro de Chucho Valdés con la música de su padre
¡Prepárense, amantes del jazz y la buena música! Hoy en Vinyl Station Radio viajamos en el tiempo con una de las leyendas vivas de la música cubana, un pianista que ha marcado a generaciones y que, a sus 84 años, sigue siendo pura energía en el teclado. Hablamos de Chucho Valdés, una figura colosal cuya vida y arte están intrínsecamente ligados a la herencia de su padre, el inigualable Bebo Valdés.
Imagina esto: años 70, la escena del jazz mundial en ebullición. Y de repente, un nombre cubano resuena con fuerza, colocándose al lado de gigantes como Bill Evans, Oscar Peterson, Herbie Hancock y Chick Corea. Sí, ese fue Chucho, elegido uno de los cinco mejores pianistas de jazz del planeta. Un reconocimiento que, según nos cuenta desde su casa en Miami, lo dejó “aterrado”. ¡Menuda forma de empezar la carrera en el estrellato internacional!
Fue en el prestigioso Festival Jamboree de Varsovia, en 1970, donde su talento irrumpió. Lo más fascinante es que su invitación llegó de la forma menos esperada: una grabación enviada a Los Ángeles sin su conocimiento, evaluada por un jurado de altura presidido por el mismísimo Duke Ellington. Ese día, Chucho hizo historia doblemente: no solo por su brutal talento, sino por ser el primer cubano en participar en un festival musical en el extranjero desde la Revolución de 1959. Una historia digna de película, ¿verdad?
Un Legado Musical Inevitable
Pero para entender la magnitud de Chucho Valdés, hay que mirar atrás, al inicio, a su infancia junto a su padre. Con apenas tres años, este prodigio ya se sentaba en las rodillas de Bebo Valdés, explorando las notas graves del piano con una mano mientras su padre tejía complejísimos tumbaos con la otra. Eran sesiones de práctica que bien podrían ser escenas de una película, un juego constante donde padre e hijo intercambiaban roles, desafiándose mutuamente. “¡Venga, ahora tú solo!”, le animaba Bebo. Y Chucho, con la precocidad de un genio, a los cinco años ya podía replicar de oído cualquier melodía que escuchara en la radio. ¡Impresionante!
Después de dominar los ritmos cubanos y afrocubanos, llegó el consejo que marcaría su destino: a los 14 años, Bebo le dijo: “Ahora busca a Chucho, busca a Chucho… ¡No copies!” Una máxima que Chucho interiorizó y que lo ha acompañado hasta hoy. A sus 84 años, sigue explorando, componiendo y grabando, desafiándose a sí mismo para encontrar caminos musicales inexplorados. Y sí, ¡sigue haciendo vibrar escenarios por el mundo! De hecho, este fin de semana lo tendremos en Madrid, dentro del ciclo Villanos del Jazz, en el marco del Jazzmadrid.
La Partida del Padre: Dolor y Orgullo
La relación de Chucho con su padre, Bebo Valdés, fue profundamente compleja y conmovedora. En 1960, Bebo se despidió de su hijo con la promesa de una gira por México, pero nunca regresó. La razón: los problemas con el nuevo gobierno de Fidel Castro, que lo forzaron al exilio en Suecia. Para un joven Chucho de 19 años, aquel adiós fue un golpe que mezcló pena profunda y una gran responsabilidad.
“Me quedé solo con 19 años”, recuerda Chucho con emoción. A pesar del dolor, el hecho de que su padre le pidiera hacerse cargo de la familia lo llenó de orgullo. En aquella Cuba, la mayoría de edad se alcanzaba a los 21, así que Chucho tuvo que madurar a pasos agigantados, luchando incansablemente para sacar adelante a su gente. Fue una misión dura, sí, pero forjó al gigante musical que conocemos hoy.
La ausencia de Bebo no detuvo a Chucho; en realidad, lo impulsó. Tuvo que acelerar su aprendizaje, multiplicar sus esfuerzos para hacerse un nombre, una tarea doblemente difícil por ser “el hijo de alguien que se había ido de Cuba y no estaba bien visto”. Pero Chucho se esforzó, se “multiplicó por mil” y, contra todo pronóstico, logró hacerse un lugar prominente en el panorama musical.
Encuentros Legendarios y un Reencuentro Inolvidable
Conociendo a los Gigantes del Jazz
Cuando fue nombrado entre los mejores pianistas de jazz del mundo, la noticia era casi inverosímil para él. Chucho atribuye gran parte de ese logro a su mentor, Dave Brubeck, quien incansablemente habló de él y compartió su música con las grandes figuras del jazz que aún no lo conocían. Brubeck logró conseguir una de las maquetas de Chucho después de escucharlo en Polonia, abriéndole las puertas a un mundo que lo esperaba.
La suerte de Chucho no solo fue conocer a estas leyendas, sino también tocar con ellos. Compartió escenario con Herbie Hancock en varios conciertos a dúo, y hay una maravillosa actuación junto a Chick Corea en el Lincoln Center de Nueva York, donde improvisaron “sin ensayar ni una sola vez”, quedando una pieza tan perfecta que parecía escrita de antemano. Y sí, también conoció a Bill Evans, un ídolo para cualquier joven pianista de jazz de la época. Ser aceptado y tocar con ellos fue, para Chucho, el verdadero premio.
La reacción de sus colegas era unánime. El primero en verlo en directo, un tal Bruce, le dijo: “Lo que estás haciendo es maravilloso, no se parece a nada a lo que he escuchado antes. ¡Chucho, no dejes nunca de hacer esta música!” Incluso Bill Evans lo felicitó después de su concierto con Irakere en el Carnegie Hall, el primer grupo de jazz cubano con músicos residentes en Cuba en tocar allí. Anécdotas que pintan un cuadro de respeto y admiración.
El Abrazo que Sanó 20 Años
Pero quizás el momento más emotivo en la vida de Chucho, después de la música, fue el reencuentro con su padre en 1978. Fue en el Carnegie Hall, después de un concierto con Irakere. Chucho sabía que Bebo estaba entre el público, informado por su tía Melina. Las manos le temblaban. Había tocado después de gigantes como McCoy Tyner y Bill Evans. Y allí estaba su padre.
Cuando acabó la actuación, la emoción lo desbordó. “¡No sé cuánto dolor había en ese abrazo!”, recuerda Chucho. Veinte años habían pasado desde la última vez que se vieron. Chucho tenía 37 y Bebo 59. Aunque el tiempo había dejado su huella, la alegría del reencuentro eclipsó cualquier cambio físico. La primera reacción de Bebo fue elogiar a Irakere, llamándola “la mejor banda del planeta” y a sus músicos “tremendos”.
Aquella noche, en casa de tía Melina, padre e hijo hablaron ininterrumpidamente desde la medianoche hasta las ocho de la mañana, poniéndose al día con dos décadas de historias. Un momento que Chucho atesora como uno de los más bellos de su vida.
La Música como Fuente Eterna de Juventud
Ver a Chucho tocar hoy, con la energía que despliega en el escenario a sus ochenta y tantos años, es presenciar la misma vitalidad que demostró su padre, Bebo, en sus últimos conciertos. Chucho recuerda a Bebo en Galapajazz en 2004, con la misma edad que tiene él ahora. Costaba llegar hasta el piano, pero una vez sentado, se transformaba en un torbellino de notas y ritmos.
Esa es la magia del piano. Chucho siente lo mismo: “Miro al piano, luego al público y me transformo”. Es una herencia, una pasión que no entiende de edades. Recordando a Dave Brubeck, quien a sus 80 años tocaba con la energía de un joven de 20, Chucho afirma: “Esa es la magia de la música, incluso, para la gente mayor.”
Y esta magia, este don, requiere disciplina. Chucho confiesa que tocar el piano cada día es sagrado. Practica y compone entre seis y ocho horas diarias. ¡Incluso en días de entrevista, ya lleva unas cuantas horas al teclado antes del mediodía! La música es para él una parte vital, un alimento esencial que no puede faltar.
Los Últimos Años con Bebo: Un Nuevo Renacer
El destino le brindó a Chucho un último y precioso regalo: los cuatro últimos años de vida de su padre. Bebo se retiró a Benalmádena, Málaga, y Chucho, ni corto ni perezoso, compró una casa cercana para cuidarlo y, lo más importante, ¡para tocar juntos! “Pasamos esos últimos cuatro años de su vida tocando juntos en su casa”, revela Chucho. Ahora, él y su esposa Lorena viven a caballo entre Miami y Benalmádena, conservando aquel hogar.
Aquella etapa final no tuvo pretensiones comerciales. Era puro placer, un regreso a los viejos tiempos en Cuba, cuando el niño Chucho aprendía a los pies de su maestro. “Nos pasábamos horas y horas cada día sin darnos cuenta de que pasaba el tiempo”, describe. Comían lentejas, arroz con frijoles y todo lo que Bebo amaba. Fue como si ambos “renacieran”, volviendo a conectar a través de las teclas, descargando energía y creando música, aunque nunca la grabaran. Un reencuentro que culminó con el álbum “Juntos para siempre” de 2008, ganador de dos Grammys, pero que en esos últimos años se vivió en la intimidad, sin más público que ellos mismos. Sin duda, una historia que nos recuerda que la música es, ante todo, un lenguaje de amor y conexión. Y Chucho Valdés, con su eterna pasión, promete seguir haciéndola sonar “si Dios se lo permite”. ¡En Vinyl Station Radio estamos listos para seguir escuchando cada nota!
Fuente original de la información: ABC – Israel Viana
Créditos de la imagen: ABC