La inesperada condición de Trump que cambió todo en Gaza
La sorprendente jugada que desatascó el conflicto de Gaza
En un giro que nadie predijo, el escenario de las negociaciones por la paz en Gaza dio un volantazo que pilló a propios y extraños con la guardia baja. Imaginemos la escena: Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, a solas con Donald Trump. La tensión podía cortarse con un cuchillo, pues de ese encuentro dependía el destino de la Franja, de los rehenes israelíes y, por qué no decirlo, de la reputación internacional de más de un líder.
Y es que la situación era crítica. Dos años de conflicto incesante y veinte rehenes israelíes aún con vida en manos de Hamás exigían una solución drástica. Lo que nadie esperaba era que el primer paso hacia la paz fuera una disculpa telefónica. Sí, has oído bien. Trump, con su peculiar estilo, le puso un teléfono fijo en la mano a Netanyahu y, ni corto ni perezoso, le entregó un guion. ¿El objetivo? Pedir perdón, sin rodeos, al primer ministro qatarí, Mohamed al Thani, por un ataque ocurrido en Doha el 9 de septiembre de 2025. Netanyahu, en un acto de contrición que debió costarle lo suyo, no tuvo más remedio que acatar. Trump, con el auricular pegado al oído, fue testigo de excepción de este momento histórico.
El arte de la negociación según Trump: del perdón a la paz
Esa llamada, aparentemente menor, fue el catalizador que desbloqueó unas negociaciones que parecían enquistadas. Qatar, que hasta ese momento se sentía agraviado por el ataque, volvió a la mesa como mediador clave. De esta chispa surgió un plan de veinte puntos que, al ser presentado en la Casa Blanca, era verdaderamente ambicioso. Muchos dudaban, tildaban el proyecto de quimérico, creyendo que el conflicto de Gaza era una pared imposible de derribar. Sin embargo, lo que presenciábamos era, en esencia, la aplicación práctica del famoso «arte del trato» de Trump.
Para entender este movimiento, hay que desglosar la estrategia trumpista, una mezcla de presión, percepción y ambición desmedida:
- Presión máxima antes de ofrecer una salida: Trump llevó la situación al límite, creando una atmósfera de urgencia antes de tender una mano en forma de solución.
- La percepción lo es todo: Cada gesto, desde la llamada telefónica hasta la firma en la Casa Blanca, estaba meticulosamente calculado para proyectar una imagen de control y éxito, incluso antes de que el acuerdo estuviera sellado.
- Apuntar alto y ceder poco: La estrategia de pedir lo imposible para conseguir lo deseado. Las exigencias iniciales eran maximalistas, pero servían como punto de partida para concesiones controladas.
El plan final, aunque simplificado a veinte puntos, mantenía exigencias colosales que Trump estratégicamente fue posponiendo para garantizar un triunfo visible. Entre los objetivos más ambiciosos figuraban la desmilitarización completa de Gaza, la exclusión total de Hamás y de cualquier otra facción armada del futuro gobierno, y la presencia perpetua de una fuerza multinacional que velaría por la seguridad interna y el control fronterizo. Un primer paso significativo, no obstante, fue la retirada parcial de las fuerzas israelíes y, lo que es más importante, el regreso de algunos rehenes.
El ultimátum y la respuesta de Hamás
La presión alcanzó su punto álgido un viernes 3 de octubre, cuando Trump lanzó en sus redes sociales un ultimátum inapelable: Hamás tenía hasta el domingo por la tarde para aceptar el plan o enfrentarse a la aniquilación total. La advertencia era clara y contundente: un rechazo significaría un infierno de destrucción sin precedentes. En cuestión de horas, la respuesta de Hamás llegó a través de un comunicado: una aceptación, pero con reservas.
Esta aprobación parcial indignó a sectores más duros, tanto en Israel como en Washington. La lógica era sencilla: el plan era un todo o nada. La negativa de Hamás a desarmarse y a renunciar a participar en el futuro político de Gaza era, para muchos, razón suficiente para romper cualquier negociación. Sin embargo, Trump, haciendo gala de su independencia de criterio, decidió ignorar esas voces. Para él, la simple disposición de Hamás a negociar ya era, en sí misma, un avance. Compartió el mensaje en redes, se grabó en el Despacho Oval congratulándose y, cuando una reportera israelí le preguntó sobre la inclusión de la Autoridad Palestina en el futuro de Gaza, su impaciencia fue palpable: «¿Queréis a los rehenes de vuelta o no?», replicó. Claramente, su paciencia con Netanyahu y los suyos también empezaba a tener límites.
Diplomacia no convencional: la clave del éxito
Para la fase crucial de las negociaciones, Trump optó por un enfoque radicalmente diferente. Lejos de enviar a figuras tradicionales como su secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional, Marco Rubio, apostó por la confianza personal. Sus elegidos para volar a Sharm el Sheij y negociar con Hamás, con la mediación de Qatar, Turquía y Egipto, fueron su amigo personal y enviado para conflictos, Steven Witkoff, y su yerno, Jared Kushner. Nada de funcionarios de carrera, nada de los protocolos diplomáticos de siempre, ni de los lentos y cautelosos pasos habituales.
La clave para romper el estancamiento fue justamente esa: saltarse las reglas, apostar por lo personal y usar no el prestigio de Estados Unidos como nación, sino el poder intangible que emanaba del propio Donald Trump como negociador. Su personalismo extremo, sumado a las relaciones cercanas que había cultivado tanto con Netanyahu como con el emir de Qatar y el príncipe heredero saudí, fue fundamental. Este enfoque tan poco convencional explica cómo se logró lo que parecía imposible: que Hamás cediera, presionado por sus antiguos aliados islámicos, y que Israel terminara aceptando un acuerdo que no implicaba la destrucción total del grupo responsable de actos tan devastadores en su historia reciente.
El anuncio definitivo llegó en la Casa Blanca, a través de Marco Rubio, quien en una mesa redonda entregó un papel a Trump con la inscripción: «Muy cerca. Necesitamos que apruebe una publicación.» El mensaje era claro: el logro era suyo y debía ser el primero en anunciarlo. Trump lo había conseguido, o al menos eso parecía.
Ahora, el verdadero desafío comienza. Trump ha ligado su nombre a este acuerdo y se ha autoproclamado presidente del Consejo por la Paz, el organismo encargado de supervisar la reconstrucción de la Franja. Su legado dependerá de si logra mantener la promesa de que la consecución de lo que hasta ahora era una utopía —una paz duradera en Oriente Próximo— puede, efectivamente, venderse como un trato cerrado. La pregunta en el aire es si este «arte del trato» será suficiente para mantener la estabilidad en una de las regiones más volátiles del planeta.
Fuente original de la información: ABC – David Alandete
Créditos de la imagen: afp