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La verdad oculta tras los huérfanos del volcán

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La verdad oculta tras los huérfanos del volcán


La verdad oculta tras los huérfanos del volcán

Este jueves se marca un aniversario que remueve la memoria de un país entero: 40 años de la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Una catástrofe que dejó una cicatriz imborrable en Colombia y en el mundo, llevándose la vida de casi 25.000 personas. Entre las historias desgarradoras, emerge la de Jenifer de la Rosa, una mujer que, a sus recientes cuarenta años, ha dedicado una década a desvelar los misterios de sus orígenes, ligados indisolublemente a aquel 13 de noviembre de 1985. Su historia es un claro ejemplo de las profundas heridas que aún persisten tras la tragedia.

Jenifer, quien contaba con apenas una semana de vida cuando la furia del volcán se llevó a su padre biológico, Carlos Alberto Gutiérrez, es uno de los muchos «niños del volcán», huérfanos adoptados por familias colombianas y extranjeras. En su caso, fue un matrimonio español de Valladolid quien le brindó un hogar en 1987. A lo largo de los años, con su acento castellano y su particular historia, Jenifer sintió la necesidad de hilvanar los fragmentos de un pasado silenciado por la fatalidad y la desorganización.

Un viaje en el tiempo: ‘Hija del volcán’

La profunda búsqueda de Jenifer cristalizó en ‘Hija del volcán’, un documental que no solo ha sido un éxito, galardonado en la Seminci de 2024, sino que se convirtió en su motor principal para regresar a Colombia. Durante casi una década, Jenifer se sumergió metafóricamente en las cenizas del Nevado del Ruiz, llamando a infinidad de puertas y reconstruyendo la escasa información sobre su familia. Su principal pregunta: ¿seguía viva su madre, Dorián Tapazco?

Desde muy pequeña, las escasas pistas sobre su pasado eran las fotos de un álbum familiar, donde al final, el volcán se alzaba imponente, un presagio mudo de su historia. Adoptada a año y medio de edad desde una casa de Bienestar Familiar en Manizales, sabía que su padre había fallecido en la tragedia y que una socorrista de la Cruz Roja se hizo cargo de ella. Estos dos datos fueron el cimiento sobre el que Jenifer construyó su incesante búsqueda de la verdad, de su contexto, de su madre. Quería saberlo todo, y tenía el derecho a hacerlo.

Desafíos y revelaciones en la búsqueda

Lo que Jenifer encontró en Colombia fue un reflejo de la caótica situación post-desastre: archivos incompletos, documentos extraviados y la total ausencia de su madre, Dorián Tapazco, en cualquier registro oficial. Ni viva ni muerta. Esta ausencia burocrática inició una odisea que no solo buscaba una persona, sino la verdad detrás de un sistema que falló en proteger a los más vulnerables.

Parte crucial de su periplo fue visitar la «zona cero» de la tragedia, Armero, el pueblo que hoy es un camposanto. Fue un impacto profundo para ella, acostumbrada a las imágenes de sus padres biológicos en verdes cafetales o del orfanato en Manizales, también rodeado de naturaleza. Armero, en contraste, se presenta como un llano desolado, vestigio de un horror convertido en lugar de peregrinación y memoria. Una Colombia muy diferente a la que había imaginado a través de las historias fragmentadas de su niñez.

La búsqueda de Jenifer no solo se trataba de ella. Descubrió que la tragedia generó una doble vía en la búsqueda de identidades. Mientras ella indagaba sobre su pasado, muchas familias en Armero también buscaban desesperadamente a los hijos que la catástrofe les arrebató, con la esperanza de que Jenifer pudiera ser parte de los suyos. Ella, nacida lejos de la tragedia y criada en otro país, pudo ver la magnitud del dolor y la incansable búsqueda de tantas personas que sí vivieron el horror directamente. Su perspectiva, aunque personal, se amplió para comprender las muchas heridas abiertas que aún no cicatrizan.

«Niños perdidos» y negligencias

Cuatro décadas después, la herida de los «niños perdidos» de Armero sigue abierta. Jenifer de la Rosa, aunque ha recibido ayuda de la Fundación Armando Armero para conectar con familiares maternos, aún no se considera una «niña perdida» en el sentido más estricto. La etiqueta, con su dura connotación de «robados», es muy fuerte y dolorosa. Sin embargo, su experiencia pone de manifiesto las graves negligencias y la falta de transparencia en la gestión de las adopciones y la recopilación de datos de los supervivientes. La ausencia del nombre de su madre en los registros, cuando su adopción en España fue «legal», apunta a que alguien, en algún momento, impidió que esos lazos se mantuvieran visibles o accesibles. Este caos burocrático no solo afectó a Jenifer, sino a muchísimas personas en condiciones similares. En su búsqueda ha encontrado alguna alegría, un «spoiler» que la película revelará, en el lado materno de su familia.

La esperanza y la comunidad

La historia de Jenifer se entrelaza con otras, como la de Carolina, quien también vivió la tragedia de Armero de niña, aunque en Ibagué. Carolina, quien hoy reside en España y regenta un restaurante de comida tolimense decorado con un mural del Nevado del Ruiz, se contactó con Jenifer al conocer el documental. Ambas, unidas por el recuerdo de la catástrofe, demuestran cómo la memoria cultural se mantiene viva y cómo la experiencia compartida de una tragedia puede crear lazos inesperados y significativos.

Jenifer confiesa que este largo proceso le ha traído paz. «Hija del volcán» le ha permitido «tener un relato, entender dónde nací, qué me ocurrió y por qué fue mi adopción». Inicialmente, ocultó su búsqueda a su familia adoptiva en España, pero el segundo viaje le obligó a sincerarse. La reacción de ellos, lejos de reproches, fue de comprensión y apoyo, reconociendo su derecho a buscar sus raíces. Tras ver el documental, lamentaron su dolor y la persistencia de las preguntas sin respuesta, a pesar de la legalidad de su adopción.

La búsqueda de Jenifer no termina aquí. La premiere del documental en Armero, este jueves, en el 40 aniversario de la tragedia, representa un punto crucial para ella. «Se proyectará allí y ya, por fin, con ella se cierra el círculo que abrí», afirma. Ella espera que su película no solo cierre su propio ciclo, sino que también ilumine las denuncias de 1985 y impulse a encontrar respuestas para todas las separaciones que, como la suya, permanecen dolorosamente abiertas. A pesar del dolor, existe la esperanza y la unión de una comunidad de Armero en España que ha visto en la historia de Jenifer un espejo de su propio sufrimiento y un grito de justicia para que la verdad salga finalmente a la luz.

Fuente original de la información: ABC – Susana Gaviña

Créditos de la imagen: José ramón ladra

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