El ataque de Pogacar que dejó a todos sin aliento

El ataque de Pogacar que dejó a todos sin aliento
¡Atención, amantes de la adrenalina y el pedaleo a fondo! Si creíamos que ya lo habíamos visto todo en el ciclismo, Tadej Pogacar nos acaba de demostrar que siempre hay espacio para la leyenda. En un despliegue de fuerza, estrategia y pura pasión, el esloveno ha vuelto a conquistar el mundo del ciclismo, dejando a propios y extraños con la boca abierta. Desde los intrincados circuitos de Zúrich hasta las desafiantes rutas de Ruanda, el dominio de este ciclista es un fenómeno sin precedentes que sigue reescribiendo la historia.
Imagínense la escena: la meta en el corazón de Kigali, Ruanda, y un Tadej Pogacar llegando con los brazos en alto, esos mechones rubios al viento, enfundado en su maillot verde de Eslovenia. Su cuerpo enjuto, casi transparente, dejando ver las costillas, pero con unas piernas que parecían tener pólvora, era la imagen de la victoria. Y, por supuesto, esa sonrisa contagiosa que solo él sabe regalar. Este es el Pogacar estelar, el que transforma hazañas que parecían de otra época en la normalidad de su día a día. ¡Otro título mundial para su colección, tras destrozar al pelotón y dejar en la lona incluso al colosal Remco Evenepoel!
Un Ataque Histórico que Marcó la Diferencia
La carrera fue una auténtica montaña rusa de emociones, pero hubo un momento clave que definió todo. A 105 kilómetros de la meta, en un punto donde la mayoría estaría pensando en conservar fuerzas, Pogacar lanzó un ataque fulminante. Un auténtico cohete que, aunque previsible para sus rivales, resultó imparable. Este movimiento tan audaz no solo le valió su segundo maillot arcoíris, sino que también solidificó su estatus como una fuerza de la naturaleza. Juan Ayuso, el mejor corredor español, terminó en una respetable octava posición, pero la realidad es que la distancia entre él y Pogacar era abismal.
Remco Evenepoel, por su parte, vivía una batalla personal. Tras una increíble persecución, cambios de bicicleta y un despliegue formidable de su gen competitivo, el belga se vio superado. La imagen de él sentado en el asfalto, gafas puestas para ocultar las lágrimas que asomaban, era la desolación en estado puro. La plata no le sabía a nada, sobre todo después de haberle ganado en la contrarreloj. Sin embargo, su esfuerzo fue titánico: dos cambios de bici, lanzar puñetazos al aire de pura frustración y nunca desistir en su intento desesperado por atrapar a Pogacar. Su espíritu de lucha fue admirable, pero se topó con un muro casi invencible.
El Muro de Kigali: Donde se Decidió la Leyenda
Pogacar no eligió un lugar cualquiera para su asalto final; lo planeó en el Monte Kigali, un auténtico monstruo para los ciclistas. Con su muro empedrado y rampas que alcanzaban un brutal 20 por ciento de inclinación, este punto era el epicentro del sufrimiento. El circuito, ya de por sí exigente con sus repechos adoquinados y las subidas al centro de la ciudad, se convirtió en una carnicería sin precedentes. De todos los competidores, solo 29 lograron cruzar la línea de meta, una cifra que habla por sí misma de la dureza de la prueba.
Fue justo ahí, donde las piernas de los ciclistas clamaban por un respiro, donde Pogacar atacó sin mirar el reloj. Con 105 kilómetros aún por delante, su explosión fue brutal. Juan Ayuso, con optimismo y valentía, intentó seguir su rueda, junto con el mexicano Isaac del Toro, ambos compañeros de equipo de Pogacar en el UAE. Sin embargo, el esfuerzo fue demasiado. En la parte más dura del Muro de Kigali, en esas rampas que te quitan el aliento, Ayuso tuvo que ceder, reubicándose en el grupo de perseguidores. Fue en ese preciso instante cuando Evenepoel también comenzó a sufrir, con problemas en su bicicleta, el único que hasta entonces parecía capaz de hacerle frente al esloveno.
Un Solitario Imparable: El Paseo del Campeón
Pogacar, con una instinto protector, esperó y animó a su amigo Isaac del Toro, pero nadie pudo seguir su ritmo infernal. El esloveno comenzó a devorar kilómetros a una velocidad supersónica, sin dar la menor oportunidad a sus posibles captores. Era como si estuviera dando un paseo de ocio, pero a 42 kilómetros por hora, deslizando por las pendientes, y subiendo sin siquiera levantar el culo del sillín. Una repetición casi angelical de su gesta del año pasado en Zúrich, donde también se escapó cien kilómetros antes de la meta. Es un auténtico espectáculo para la vista.
A 60 kilómetros de la meta, Evenepoel lideraba un grupo de perseguidores que incluía a grandes nombres como Healy, Hindley, Pidcock y Skjelmose. Pero incluso su velocidad y tenacidad no lograban reducir la ventaja de Pogacar, quien era un martillo implacable vuelta tras vuelta. El esloveno admitió al final de la carrera que «las subidas eran cada vez más duras y cada vez tenía menos energía», una declaración que te hace pensar en la magnitud de su esfuerzo. Tadej Pogacar no solo es el primer ciclista en la historia en ganar el Tour y el Mundial dos años consecutivos, sino que también es una inspiración para todos nosotros, demostrando que con talento y una voluntad de hierro, se puede ir más allá de lo imaginable.
Fuente original de la información: ABC – José Carlos Carabias
Créditos de la imagen: afp