La barra libre más peligrosa del verano ya no está en tierra

El verano huele a sal, a protector solar y, cada vez más, a caos. Todos soñamos con esa postal idílica: una cala escondida, el sonido suave de las olas y la brisa marina como única banda sonora. Pero seamos sinceros, esa imagen de paz y tranquilidad se está convirtiendo en una pieza de coleccionista, un recuerdo de veranos pasados. Hoy, la realidad es otra, y es que la barra libre más peligrosa del verano se ha mudado de los chiringuitos de la playa al mar abierto.
La fiebre del turismo náutico ha explotado. Alquilar un barco por un día ya no es un lujo reservado para unos pocos; se ha democratizado hasta el punto de que cualquiera con una tarjeta de crédito y ganas de fiesta puede ponerse al timón. Y ahí, amigos, es donde empieza el problema. El mar se ha llenado de una nueva especie de navegantes que, en muchos casos, tienen la misma idea de gobernar una embarcación que de física cuántica.
El Mar se ha Convertido en un Parque de Atracciones
Lo que antes era un santuario de silencio ahora parece el parking de un festival en hora punta. Decenas de pequeñas embarcaciones, muchas de ellas sin necesidad de licencia, invaden las calas más preciadas con la delicadeza de un elefante en una cacharrería. Sus primeros minutos en el agua son un espectáculo de torpeza que roza el peligro internacional: fondeos fallidos, anclas que arrastran por el fondo (lo que en el argot se conoce como «garrear») y, lo que es peor, anclas lanzadas sin piedad sobre las praderas de posidonia, ese tesoro submarino vital para la salud del Mediterráneo.
El desfile no termina ahí. Cientos de motoras aceleran a fondo, pasando a escasos metros de otros barcos, cortando estelas y generando un oleaje caótico que convierte un baño tranquilo en una sesión de surf involuntaria. A bordo, la estampa se repite: un grupo de personas en modo «influencer», con el móvil en una mano y una copa en la otra, más preocupados por la pose para la foto que por las normas básicas de navegación. El resultado es una marabunta de ruido, olas y riesgo constante.
La Banda Sonora del Descontrol: Altavoces a Todo Trapo
En Vinyl Station Radio amamos la música, pero hay un momento y un lugar para cada cosa. Y parece que para muchos, el medio del mar se ha convertido en la pista de baile perfecta. Los altavoces Bluetooth se han vuelto un accesorio tan indispensable como el ancla. El reguetón, el house y los últimos hits del verano retumban a todo volumen desde el mediodía hasta bien entrada la noche, cuando las luces de colores se encienden para montar una auténtica rave flotante. ¿El silencio? ¿El sonido de las olas? Reliquias del pasado.
Lugares que eran sinónimo de paraíso, como la playa de Ses Illetes en Formentera, se han transformado. Lo que antes era un lienzo de arenas blancas y aguas turquesas hoy parece el escenario de un videoclip de bajo presupuesto, con un aroma persistente a protector solar barato y ron derramado. No es una cuestión de elitismo, sino de pura convivencia y respeto por un entorno que pertenece a todos.
Anarquía Acuática: Bienvenidos al Salvaje Oeste
La situación se agrava por una sensación de impunidad total. Mientras en tierra los controles de alcoholemia son una constante, en el mar parece reinar la ley de la selva. El alcohol fluye sin control entre tripulaciones amateurs, convirtiendo maniobras ya de por sí complicadas en un ejercicio de alto riesgo. Los resbalones a bordo, los fondeos improvisados y las decisiones absurdas están a la orden del día.
Esta anarquía se manifiesta en todas sus formas. La convivencia entre los diferentes actores del mar es, sencillamente, inexistente. Atentos al panorama:
- Motos de agua: Zumbando a toda velocidad entre los bañistas, con la música a tope, como si fueran los dueños de la costa.
- Foils y otros artilugios: Tablas que «vuelan» sobre el agua, a menudo sin control, cruzándose en el camino de nadadores y barcos.
- Paddle surf por doquier: Una marea de tablas de remo que, aunque pacíficas, contribuyen a la saturación del espacio.
- Bañistas desesperados: Intentando encontrar un hueco seguro para un chapuzón, pidiendo paso entre el tráfico incesante.
No es Cuestión de Papeles, es Cuestión de Actitud
Claro que existen normas. Hay límites de velocidad, zonas de fondeo delimitadas, canales para embarcaciones y equipos de seguridad obligatorios. Sin embargo, el problema de fondo no es técnico ni burocrático. Que alguien tenga un título o una licencia de día es solo una anécdota. El verdadero problema es cultural: cualquiera, sin la más mínima conciencia cívica, respeto por los demás o noción del frágil ecosistema que tiene bajo sus pies, puede alquilar una máquina y provocar un desastre.
No se trata de prohibir ni de cerrar el mar. Se trata de aprender a compartirlo. De entender que la libertad de uno termina donde empieza la del otro, y que el derecho a la fiesta no puede pisotear el derecho al descanso y la seguridad de los demás. Necesitamos una llamada a la conciencia colectiva, un recordatorio de que estos paraísos naturales son finitos.
Si esta tendencia continúa, nos estamos cargando nuestro mayor tesoro. Y lo peor de todo, es que lo estamos haciendo con la música a todo volumen, tan alta que ni siquiera podemos escuchar cómo el paraíso se rompe en pedazos.
Fuente original de la información: ABC –
Créditos de la imagen: VITOR MILANEZ